RUSSELL CROWE

El duro se pone blando 

Ha logrado el éxito interpretando a tipos rudos. Él mismo tiene fama de serlo. Pero a los 42 años, el actor neozelandés desafía el tópico: se reúne con Ridley Scott para filmar una comedia ligera y se retrata como un hombre sensible y familiar

 

EUGENIA DE LA TORRIENTE − EL PAIS SEMANAL - 29-10-2006

 

       Ha sido un incorregible seductor, una estrella irascible y agresiva, un rockero incomprendido y un profesional laureado. Son algunos de los papeles que Russell Crowe ha interpretado. No en la pantalla, sino en las revistas, en las galas o en la televisión. Una galería de encarnaciones a la que ahora el actor neozelandés se esmera en añadir otra: la de un hombre sensible y entregado a la paternidad. “Las resacas no mezclan bien con los bebés”, afirma en el libreto de su último álbum, My hand, my heart, publicado después del nacimiento de su primer hijo, Charlie, en diciembre de 2003. El pasado mes de julio, él y su mujer, Danielle Spencer, tuvieron un segundo vástago, Tennyson. Y son esos tres nombres los que más repite Crowe durante una fugaz visita a Madrid para promocionar su última película, Un buen año, dirigida por Ridley Scott.

       Su buen humor desconcierta en la rueda de prensa, la sesión de fotos y en las entrevistas para televisión. Y su amable locuacidad desbarata cualquier previsión. ¿Dónde está el hombre huraño, maleducado, antipático y fiero que pintan las entrevistas? ¿El energúmeno que lanza teléfonos a la cabeza de los empleados de hotel? Exista o no, hoy no ha venido. La bestia está aplacada. Crowe habla de una película luminosa y feliz y está a tono. Se ha vuelto a reunir con Scott, pero esta vez no hay batallas épicas de por medio. Es hombre de fieles y largas colaboraciones: ha filmado dos películas con Ron Howard y la tercera con Scott (que no será una secuela de Gladiator, como se anunció) está en posproducción. Pero ha tomado la vía más improbable para el realizador de Blade Runner: una comedia de vino, amor y simpatía basada en una novela de Peter Mayle (autor del best seller Un año en Provenza).

       Un cambio de registro con el que Crowe abunda en su gusto por jugar a la contra. Empezó a actuar de niño en las producciones en las que sus padres servían el catering, pero nunca fue un actor infantil. “Como mucho, un extra infantil”, matiza. De hecho, a pesar de su precoz acercamiento a la profesión, no fue hasta bien entrada la veintena cuando empezó a trabajar en serio. Sus dientes mellados, que no se arregló hasta los 27, explican en parte ese retraso. Tenía más de 30 años cuando en 1997 sedujo a Hollywood en L. A. Confidential, pero aprovechó el tiempo perdido. Desde 1999 obtuvo tres nominaciones consecutivas al Oscar como mejor actor y se lo llevó por Gladiator, su primer encuentro con Scott y la película que le encumbró como el icono incontestablemente viril que la generación metrosexual necesitaba.

       Si George Clooney es el galán sofisticado, el de las maneras desenvueltas y el gesto burlón; entonces Crowe es el hombre bruto y torpe, indómito y rebelde. Clooney se aleja de Hollywood para retirarse al lago Como; Crowe para irse de gira con su grupo, que hace rock de garaje y cerveza. Sentado en una butaca baja, relajándose tras la acelerada jornada de entrevistas de tres minutos, parece más cálido que arisco. El ceño empieza característicamente fruncido, es cierto. Pero el gesto se relaja pronto y despeja una mirada azul que puede ser radiante. Tiene un cuerpo compacto, pero no imponente, y su fortaleza física puede emitir también una sensación mullida. Escucha con atención y habla con calma, tomándose muy en serio, degustando la profundidad de su propia voz.

 

En el libreto de su último álbum dice que, por fin, tras más de 20 años componiendo, ha conseguido dejar algo de sí en sus canciones. ¿Y en sus películas?

 

Creo que en realidad eso lo conseguí mucho antes con la actuación. No me cuesta nada meterme en los papeles y divertirme con ellos. Hasta los 25 años no hice mi primera película en serio, así que ya tenía mucha experiencia, no era un niño. La interpretación es algo relativamente fácil para mí. En cambio, alcanzar un determinado nivel como compositor me ha costado bastante más. Ser capaz de describir mis sentimientos con la música no me sale tan espontáneamente, la verdad.

 

¿Tiene eso algo que ver con su cambio de banda?

 

La banda anterior no se deshizo realmente. Se hizo evidente que algunos miembros del grupo no estaban igual de implicados que otros. Así que nos tomamos un descanso y sólo los que de verdad estábamos interesados continuamos juntos. Estos tíos son mis colegas, con los que de verdad me gusta pasar el rato y salir por ahí. Y ya que estábamos de cambio, decidimos cambiar de nombre. Estaba harto de Thirty-Odd Foot of Grunts. Es una chorrada de nombre que no significa nada. Nació como una broma y diez años después seguíamos viviendo con ella. Así que estoy mucho más contento con The Ordinary Fear of God.

Es un nombre nuevo, pero mantiene las siglas del anterior…

Como todo el mundo tenía ya su gorra y su chapa con las iniciales, resultaba más barato mantenerlas. Así no había que hacerlas nuevas. En cualquier caso, cuando empezamos a buscar un nombre nuevo lo primero que apareció fue la idea de Fear of God (miedo a Dios). Algo que todos sentimos, incluso los agnósticos.

 

Parece mantener una relación compleja con la religión. Ha explicado que no fue bautizado de niño, y que, de adulto, inició un proceso de investigación entre las diferentes opciones. ¿Ha llegado a alguna conclusión?

 

No, no he tomado aún ninguna decisión. Estoy aún en el proceso de aprender. Pero he bautizado a mi hijo Charlie y planeo hacerlo también con mi segundo chico, Tennyson. De hecho, estoy pensando en bautizarme al mismo tiempo que él.

Entonces sí se ha decidido por algo.

Bueno, tengo claro que hay algún tipo de fuerza superior. Lo único con lo que no comulgo es con cómo se utiliza esa idea, en la organización de las religiones. Mi punto de vista es que si hay tantas explicaciones alrededor de una misma idea, tiene que ser por algo. Creo que la espiritualidad es muy importante, pero la religión puede ser muy peligrosa.

 

¿En qué sentido?

 

Por la guerra, por los extremismos, por los integrismos. Deseo que en algún momento todo el mundo en el planeta entienda que somos esencialmente iguales. Todos queremos lo mismo, todos deseamos y tememos lo mismo. Todos tenemos las mismas prioridades: todos queremos que nuestros hijos estén seguros. Solía decir que puedo ver a la humanidad entera en los 10 mandamientos, porque es algo tan básico y tan simple… los parámetros básicos para alcanzar la felicidad. En realidad, si la gente los siguiera no haría falta nada más. Ni siquiera normas de tráfico… ¿tiene sentido algo de lo que estoy diciendo? Es que estoy tan cansado...

 

La frase de la estrella dispara las alarmas de la gente de la compañía. Pero él frena el avance de los guardianes con un ademán disuasorio. No hace falta que los relojes se aceleren. Está dispuesto a seguir contestando. Es posible que, efectivamente, el almíbar que desprende el bienintencionado filme de Scott se le haya adherido a la piel. Que haya sufrido un proceso de dulcificación parecido al de Max Skinner, su personaje en Un buen año que aparca la mandíbula afilada del tiburón de las finanzas por el paladar suave del viticultor. A primera vista parece un papel alejado de los rudos y combativos hombres que le han dado la fama (desde el policía brutal de L. A. Confidential al héroe trágico de Gladiator). Y sí, es un giro a la comedia ligera, pero también un canto al optimismo y al romanticismo que no desentona en una carrera que ha defendido las segundas oportunidades (de un boxeador en Cinderella man), la redención de la locura a través del amor (en Una mente maravillosa) y el amor familiar más allá de la muerte (Gladiator). Quién iba a tomar por un romántico a semejante tipo duro.

 

¿Hay una decisión consciente en la elección de sus películas por lanzar un mensaje optimista y un tanto idealista?

 

Hablas de romanticismo, de idealización. Son conceptos fundamentales para mí, pero en la vida real saltas de película en película sin pensar en la coherencia o en la unidad de tus decisiones. Cada papel lo eliges por él mismo, no en relación a otros. Pero los fundamentos, el punto en común… obviamente con mis elecciones estoy exponiendo mis puntos de vista políticos e ideológicos, lo que pienso de la vida y de las personas. Si miras al cuerpo de mi trabajo en conjunto, puedes ver cómo soy. Creo fervientemente en la visualización: si persigues de verdad las cosas en las que sueñas puedes conseguirlas. Debes esforzarte y no rendirte pensando que lo que deseas es imposible. Y supongo que esta forma de pensar me convierte en algo cercano a un optimista, así que es posible que eso se note en los papeles que elijo. Pero tampoco soy un ingenuo y me interesa remarcar que las cosas no suceden por magia, sino que son fruto del esfuerzo. No creo en la filosofía de la lotería. Y eso vale para todo: si quieres que cambien las cosas en la política de tu país tienes que hacer algo para ello. Aunque tus acciones parezcan insignificantes, no lo son.

 

Con ese discurso, ¿trata de huir de la banalidad a veces asociada a los actores de Hollywood?

 

Si dedicas tu vida a hacer películas vacías sólo para recibir el dinero, si eliges en función de lo que está de moda, no dejas nada de ti en lo que haces. Caes en la irrelevancia. Hay carreras enteras enfocadas a enriquecerse. Pero luego existen otros actores, los que son una referencia para mí, que sí forman parte de un desarrollo creativo de una narración. Aunque todo esto hay que ponerlo también en perspectiva. Si tengo que interpretar a Shakespeare no voy a ser tan imbécil como para pretender reescribirlo y mejorarlo.

 

Crowe se ríe y su risa da un poco de miedo. Un oleaje crespo de carcajadas que, por algún misterioso motivo, nos traen a la cabeza lo peor de su reputación. La agresividad. El malhumor. En un artículo publicado en junio de este año en The Sydney Morning Herald, un periodista australiano pintaba a un Crowe maquiavélico, deseoso de controlar la prensa hasta el delirio y capaz de las más aberrantes estrategias para conseguirlo. Jack Marx, que así se llamaba el reportero, decía haber sido un peón en una de las enormes operaciones propagandísticas del que, según él, es el hombre más poderoso de Australia tras el primer ministro y el recientemente fallecido magnate de los medios Kerry Packer. “Cuando fui la víctima de Russell Crowe”, se titulaba de hecho la historia. Crowe se muestra relajado ante la referencia de su mala reputación en la prensa. No recuerda ese artículo en particular, dice. Y asegura que no hay forma de estar al día de todas las mentiras que se publican sobre él. Aunque es muy posible que algunas de las cosas que sobre él se escriben le duelan más que otras.

 

Su música no recibe precisamente buenas críticas y no parece que la industria le tome realmente en serio.

 

Sobre este particular he tenido que oír de todo el mundo las acusaciones más absurdas. Se ha dicho que me aprovecho de mi carrera cinematográfica para impulsar la musical, sin tener en cuenta que fui músico mucho antes que actor. ¿Por qué debería abandonar algo que me apasiona sólo por haber tenido éxito en otra faceta profesional? Además, no busco tener una carrera musical, sólo hago música. Trato de sintetizar todo lo que pasa por mi cabeza en esos pequeños paquetes que son las canciones. No me considero un músico en realidad. Las canciones pop surgen probablemente de mi deseo infantil de ser un poeta. Obviamente, nadie iba a querer leer un libro de poesía escrito por un chico de 15 años, así que enfoqué ese deseo de expresión hacia la música. Como músico de rock soy un poeta. Y cuanto más lo hago, más me acerco a lo que me gustaría, mejor me siento con ello. Estoy cerca de conseguir decir lo que quiero.

 

Si como músico se considera un poeta, ¿qué es como actor?

 

Soy un instrumento para que el director consiga su propósito. No hay nada que no esté dispuesto a hacer para contar la historia que tiene en la cabeza. Si me piden que salte del árbol, salto. Ese es mi trabajo. No sólo no limitar la imaginación del director, sino también expandirla. Aceptar sus necesidades y aportar todo lo que pueda. Porque cuando un intérprete se involucra con un personaje acaba sabiendo más de él que el propio director.

 

¿Diría que esa forma de entender su trabajo explica por qué los directores tienden a repetir con usted? ¿Cómo es su relación con Ridley Scott, con quien acaba de rodar por tercera vez?

 

Por supuesto, después de Gladiator quería volver a trabajar con él. Aunque en ese momento todavía no me daba cuenta de lo poderosa que era la conexión entre nosotros. Ahora adivino lo que él piensa y lo que él quiere sin necesidad de que diga nada. Nos conocemos y nos entendemos a la perfección. Funcionamos con lenguaje corporal, con un gesto. Es lo que ocurre en las relaciones verdaderamente intensas. Como en el matrimonio, como en las mejores amistades. Tienes una profunda comprensión del otro.

 

Al principio rechazó el papel en ‘Master and commander’ porque el guión no le gustaba y abandonó el rodaje de ‘Eucalyptus’ por el mismo motivo. ¿Es usted muy exigente en este aspecto o es que los escritores de cine no dan la talla?

 

El problema aquí es la industria. La mayor parte de las veces no estamos hablando de los escritores como individuos que conciben y desarrollan una idea hasta el final. Estamos hablando de textos que pasan por muchísimas manos. Cada insignificante ejecutivo de la cadena va a dar su opinión y va a modificar la idea en función de lo que piensa que es mejor, lo cual suele significar en realidad más lucrativo. Al final, una veintena de personas que no van a hacer la película han metido mano al guión con criterios tales como “lo que se lleva ahora”, el “nicho de mercado al que nos dirigimos”. Un montón de argumentos que nada tienen que ver con la esencia de contar una historia.

 

¿Esas interferencias las sufren también directores tan consagrados como Ridley Scott?

 

Incluso a alguien como a Ridley pretenden plantearle cosas del tipo: “Tienes que acabar de filmar antes de tal fecha. Con esto estás por encima o por debajo de la línea. Tienes que contratar a dos de estos cuatro actores para estos papeles”. Pero, en cambio, Ridley tiene ganas de trabajar con alguien como yo porque yo no voy a abandonar. Voy a trabajar cada día para mejorar y no voy a quedarme en lo mínimo necesario para cubrir el expediente. Hoy en día es inusual tener dos semanas para ensayar. Es ridículo: se gastan miles de millones en los efectos especiales de una película, pero no quieren gastarse unos pocos cientos en sufragar ensayos. Pero así funciona este negocio.

 

 

En el caso de ‘Un buen año’ estamos ante un libro que Peter Mayle escribió, a sugerencia de Ridley Scott, a partir de un recorte de la revista ‘Time’, y de un guión escrito casi en paralelo con la novela. ¿Cuál ha sido la relación de todos esos elementos?

 

En el caso de Un buen año el proceso ha sido absolutamente particular. Ridley Scott tuvo la idea original leyendo ese artículo sobre los vinos boutique. Se lo pasó a Peter Mayle y a éste le gustó. Empezó a escribir una novela a partir de él y el guionista Michel Klein escribió una versión del libro incorporándole su propia sensibilidad. Cuando finalmente Ridley tuvo el guión, dijo: “¿Cómo nos hemos ido tan lejos de la idea original?”. Nuestro proceso juntos fue devolver la historia un poco más al punto original, a lo que él quería hacer desde el principio. Es el tipo de trabajo que me interesa, el que me involucra en el proceso creativo.

 

Si concede tanta importancia al guión, ¿cómo vive el paso de escrito a filmado?

 

Es un proceso complejo. Es tan distinto lo que tiene sentido en la página y en la pantalla. Escribir una novela es completamente distinto a construir una película. A veces el director está tan obsesionado con ciertos planos que tiene en su cabeza que no atiende a la peculiar química de lo que está sucediendo. Y no es hasta que el plano está acabado cuando comprenden que lo que habían pensado previamente no funciona. Lo que parecía obvio en una sola dimensión queda totalmente ridiculizado en tres dimensiones. La dimensión extra del cine es la que permite llenar un espacio con una mirada, la que permite que la línea de diálogo más banal se convierta en un instante de cegadora intensidad. Y eso no es fácil de escribir.

 

¿Quién le parece capaz de hacerlo?

 

Akiva Goldsman, por ejemplo. He trabajado en tres proyectos con él. Es el escritor no acreditado en Master and commander. Reescribió el guión entero. La estructura y el hilo narrativo estaban ahí, pero no había ninguna personalidad en los personajes. Peter (Weir) no era muy partidario de que viniera a rehacer la historia, pero finalmente vio los beneficios que aportó porque vio cómo cambió la energía de sus actores. Leían las páginas reescritas y se emocionaban. Por fin podían entender a los hombres que iban a interpretar porque, por fin, había humanidad en ellos. Para mí es un genio, pero hay gente que tiene muchos prejuicios. Por ejemplo, dicen: “Hizo Batman forever o Mr. & Mrs. Smith, ¿cómo va a ser un genio?”. Pero para mí un genio se hace. Cuanto más ejercites tu talento, cuanto más prolífico seas, si lo haces con pasión y enfoque, más posibilidades tienes de hacer un trabajo excelente. Y cuando él hizo Batman, él satisfizo plenamente lo que los productores y el director querían. Cuando escribió Una mente maravillosa hizo lo mismo. Con la diferencia de que ese productor y ese director querían más de él.

 

Habla de ser prolífico, pero usted no lo es precisamente. En cinco años ha protagonizado cuatro películas.

 

Es cierto que no lo soy. Pero, de nuevo, hay que tener en cuenta que he sido actor desde los seis años. Y todo lo que he hecho, más grande o más pequeño, forma parte de mi experiencia como intérprete. Debido a que no me dediqué a ir a castings para series de la tele sólo por creerme guapo (lo que es la motivación para la mayoría de los actores hoy) pude formarme de otra forma. Yo estaba genuinamente interesado en el arte de la interpretación y cualquier cosa que me sirviera para eso estaba bien. Desde cantar números en un bingo hasta hacer de disc jockey. Lo importante era que tuviera alguna clase de conexión con la actuación. Soy una persona bastante tímida, pero con experiencias como esas aprendes a controlar tu nerviosismo, a comportarte ante una audiencia. Puedes sujetar las mariposas del estómago. Cuando te familiarizas con ellas, las disfrutas, las aprecias. Pero sí es cierto que nunca he sido de los que salen de una película para meterse en otra.

 

De hecho, tiene fama de haber rechazado muchos proyectos.

 

Detesto a esa gente que siente que estás obligado a aceptar cualquier película que te ofrezca. Hay un montón de gente en la industria que está decepcionada conmigo porque les he rechazado. Pero mientras seas algo que pueden manejar estás vendido. Tienes que rebelarte a ser usado como un objeto. Y yo he dicho que no a mucha más gente en Hollywood de a la que he dicho sí. Eso me ha granjeado muchos enemigos.

 

Su distancia con Hollywood es tan física, pues vive en Australia, como emocional. Además de a la música, dedica su tiempo a actividades tales como reflotar un equipo de rugby de un barrio deprimido de Sidney.

 

De donde yo vengo es algo muy importante. Porque podemos enseñar a toda una generación de chavales que nunca hay que decir nunca. Supongo que es parte de mi filosofía vital, pero en cualquier competición deportiva voy con el equipo que está más abajo. El que tiene menos posibilidades de ganar. Porque, al final, soy un tío de Wellington, Nueva Zelanda, ¿cuántas posibilidades tenía yo de acabar ganando un Oscar? Pero lo conseguí.

 

¿Qué tal va el equipo?

 

Todavía no se ha notado mucho nuestra acción. Bueno, un poco sí. Antes de que llegáramos, el equipo no ganaba jamás. Y hemos ganado ya tres partidos. Pero el año que viene será mucho más potente. Hemos contratado algunos buenos jugadores y hemos cambiado al entrenador. Tenemos mejores administradores e instalaciones deportivas. No esperamos un éxito inmediato. Hay mucho que hacer, pero lo importante es no dar ningún paso atrás.

 

¿Cuál es su objetivo con todo esto?

 

Si podemos cambiar la tendencia del equipo, podemos servir como inspiración. Enseñarle a un chico de 10 años que lo imposible es posible. Tal vez haya nacido en un barrio deprimido, con una familia desestructurada y una madre drogadicta, pero eso no significa que todo esté perdido para él. Él es un individuo que puede alcanzar sus metas. Me gusta pensar que podemos unir a gente con procedencias, historia y problemas muy distintos y muy graves y darles una esperanza.

 

El séquito de Crowe se remueve impaciente. En la puerta del hotel espera desde hace rato una furgoneta de cristales tintados que, según el plan, ya debería estar de camino hacia el aeropuerto para tomar un jet privado. El actor ni siquiera se quedará en la ciudad a pasar la noche. Vuelve a Londres a dormir. “Para estar junto a mi hijo cuando se despierte mañana. Ha dormido en cuatro habitaciones distintas en cinco días y está de lo más desubicado el pobre”. Antes de irse insiste en mostrar el vídeo de su último sencillo, Weight of a man. Una canción dedicada a su mujer y una muestra más de la paradoja Crowe. Opaco en las entrevistas como actor, casi ingenuamente sobreexpuesto en sus canciones. El videoclip se filmó en los descansos del rodaje de Un buen año y es obra de Ridley Scott. Algunos periodistas han encontrado risible su interés por mostrar unas imágenes en las que aparece caracterizado de torero. Pero resulta más tierno y conmovedor que ridículo. Hay algo auténtico en tan improbable actitud. En cualquier caso, el ordenad

RUSSELL CROWE

El duro se pone blando 

 Ha logrado el éxito interpretando a tipos rudos. Él mismo tiene fama de serlo. Pero a los 42 años, el actor neozelandés desafía el tópico: se reúne con Ridley Scott para filmar una comedia ligera y se retrata como un hombre sensible y familiar

 

EUGENIA DE LA TORRIENTE − EL PAIS SEMANAL - 29-10-2006

 

       Ha sido un incorregible seductor, una estrella irascible y agresiva, un rockero incomprendido y un profesional laureado. Son algunos de los papeles que Russell Crowe ha interpretado. No en la pantalla, sino en las revistas, en las galas o en la televisión. Una galería de encarnaciones a la que ahora el actor neozelandés se esmera en añadir otra: la de un hombre sensible y entregado a la paternidad. “Las resacas no mezclan bien con los bebés”, afirma en el libreto de su último álbum, My hand, my heart, publicado después del nacimiento de su primer hijo, Charlie, en diciembre de 2003. El pasado mes de julio, él y su mujer, Danielle Spencer, tuvieron un segundo vástago, Tennyson. Y son esos tres nombres los que más repite Crowe durante una fugaz visita a Madrid para promocionar su última película, Un buen año, dirigida por Ridley Scott.

       Su buen humor desconcierta en la rueda de prensa, la sesión de fotos y en las entrevistas para televisión. Y su amable locuacidad desbarata cualquier previsión. ¿Dónde está el hombre huraño, maleducado, antipático y fiero que pintan las entrevistas? ¿El energúmeno que lanza teléfonos a la cabeza de los empleados de hotel? Exista o no, hoy no ha venido. La bestia está aplacada. Crowe habla de una película luminosa y feliz y está a tono. Se ha vuelto a reunir con Scott, pero esta vez no hay batallas épicas de por medio. Es hombre de fieles y largas colaboraciones: ha filmado dos películas con Ron Howard y la tercera con Scott (que no será una secuela de Gladiator, como se anunció) está en posproducción. Pero ha tomado la vía más improbable para el realizador de Blade Runner: una comedia de vino, amor y simpatía basada en una novela de Peter Mayle (autor del best seller Un año en Provenza).

       Un cambio de registro con el que Crowe abunda en su gusto por jugar a la contra. Empezó a actuar de niño en las producciones en las que sus padres servían el catering, pero nunca fue un actor infantil. “Como mucho, un extra infantil”, matiza. De hecho, a pesar de su precoz acercamiento a la profesión, no fue hasta bien entrada la veintena cuando empezó a trabajar en serio. Sus dientes mellados, que no se arregló hasta los 27, explican en parte ese retraso. Tenía más de 30 años cuando en 1997 sedujo a Hollywood en L. A. Confidential, pero aprovechó el tiempo perdido. Desde 1999 obtuvo tres nominaciones consecutivas al Oscar como mejor actor y se lo llevó por Gladiator, su primer encuentro con Scott y la película que le encumbró como el icono incontestablemente viril que la generación metrosexual necesitaba.

       Si George Clooney es el galán sofisticado, el de las maneras desenvueltas y el gesto burlón; entonces Crowe es el hombre bruto y torpe, indómito y rebelde. Clooney se aleja de Hollywood para retirarse al lago Como; Crowe para irse de gira con su grupo, que hace rock de garaje y cerveza. Sentado en una butaca baja, relajándose tras la acelerada jornada de entrevistas de tres minutos, parece más cálido que arisco. El ceño empieza característicamente fruncido, es cierto. Pero el gesto se relaja pronto y despeja una mirada azul que puede ser radiante. Tiene un cuerpo compacto, pero no imponente, y su fortaleza física puede emitir también una sensación mullida. Escucha con atención y habla con calma, tomándose muy en serio, degustando la profundidad de su propia voz.

 

En el libreto de su último álbum dice que, por fin, tras más de 20 años componiendo, ha conseguido dejar algo de sí en sus canciones. ¿Y en sus películas?

 

Creo que en realidad eso lo conseguí mucho antes con la actuación. No me cuesta nada meterme en los papeles y divertirme con ellos. Hasta los 25 años no hice mi primera película en serio, así que ya tenía mucha experiencia, no era un niño. La interpretación es algo relativamente fácil para mí. En cambio, alcanzar un determinado nivel como compositor me ha costado bastante más. Ser capaz de describir mis sentimientos con la música no me sale tan espontáneamente, la verdad.

 

¿Tiene eso algo que ver con su cambio de banda?

 

La banda anterior no se deshizo realmente. Se hizo evidente que algunos miembros del grupo no estaban igual de implicados que otros. Así que nos tomamos un descanso y sólo los que de verdad estábamos interesados continuamos juntos. Estos tíos son mis colegas, con los que de verdad me gusta pasar el rato y salir por ahí. Y ya que estábamos de cambio, decidimos cambiar de nombre. Estaba harto de Thirty-Odd Foot of Grunts. Es una chorrada de nombre que no significa nada. Nació como una broma y diez años después seguíamos viviendo con ella. Así que estoy mucho más contento con The Ordinary Fear of God.

Es un nombre nuevo, pero mantiene las siglas del anterior…

Como todo el mundo tenía ya su gorra y su chapa con las iniciales, resultaba más barato mantenerlas. Así no había que hacerlas nuevas. En cualquier caso, cuando empezamos a buscar un nombre nuevo lo primero que apareció fue la idea de Fear of God (miedo a Dios). Algo que todos sentimos, incluso los agnósticos.

 

Parece mantener una relación compleja con la religión. Ha explicado que no fue bautizado de niño, y que, de adulto, inició un proceso de investigación entre las diferentes opciones. ¿Ha llegado a alguna conclusión?

 

No, no he tomado aún ninguna decisión. Estoy aún en el proceso de aprender. Pero he bautizado a mi hijo Charlie y planeo hacerlo también con mi segundo chico, Tennyson. De hecho, estoy pensando en bautizarme al mismo tiempo que él.

Entonces sí se ha decidido por algo.

Bueno, tengo claro que hay algún tipo de fuerza superior. Lo único con lo que no comulgo es con cómo se utiliza esa idea, en la organización de las religiones. Mi punto de vista es que si hay tantas explicaciones alrededor de una misma idea, tiene que ser por algo. Creo que la espiritualidad es muy importante, pero la religión puede ser muy peligrosa.

 

¿En qué sentido?

 

Por la guerra, por los extremismos, por los integrismos. Deseo que en algún momento todo el mundo en el planeta entienda que somos esencialmente iguales. Todos queremos lo mismo, todos deseamos y tememos lo mismo. Todos tenemos las mismas prioridades: todos queremos que nuestros hijos estén seguros. Solía decir que puedo ver a la humanidad entera en los 10 mandamientos, porque es algo tan básico y tan simple… los parámetros básicos para alcanzar la felicidad. En realidad, si la gente los siguiera no haría falta nada más. Ni siquiera normas de tráfico… ¿tiene sentido algo de lo que estoy diciendo? Es que estoy tan cansado...

 

La frase de la estrella dispara las alarmas de la gente de la compañía. Pero él frena el avance de los guardianes con un ademán disuasorio. No hace falta que los relojes se aceleren. Está dispuesto a seguir contestando. Es posible que, efectivamente, el almíbar que desprende el bienintencionado filme de Scott se le haya adherido a la piel. Que haya sufrido un proceso de dulcificación parecido al de Max Skinner, su personaje en Un buen año que aparca la mandíbula afilada del tiburón de las finanzas por el paladar suave del viticultor. A primera vista parece un papel alejado de los rudos y combativos hombres que le han dado la fama (desde el policía brutal de L. A. Confidential al héroe trágico de Gladiator). Y sí, es un giro a la comedia ligera, pero también un canto al optimismo y al romanticismo que no desentona en una carrera que ha defendido las segundas oportunidades (de un boxeador en Cinderella man), la redención de la locura a través del amor (en Una mente maravillosa) y el amor familiar más allá de la muerte (Gladiator). Quién iba a tomar por un romántico a semejante tipo duro.

 

¿Hay una decisión consciente en la elección de sus películas por lanzar un mensaje optimista y un tanto idealista?

 

Hablas de romanticismo, de idealización. Son conceptos fundamentales para mí, pero en la vida real saltas de película en película sin pensar en la coherencia o en la unidad de tus decisiones. Cada papel lo eliges por él mismo, no en relación a otros. Pero los fundamentos, el punto en común… obviamente con mis elecciones estoy exponiendo mis puntos de vista políticos e ideológicos, lo que pienso de la vida y de las personas. Si miras al cuerpo de mi trabajo en conjunto, puedes ver cómo soy. Creo fervientemente en la visualización: si persigues de verdad las cosas en las que sueñas puedes conseguirlas. Debes esforzarte y no rendirte pensando que lo que deseas es imposible. Y supongo que esta forma de pensar me convierte en algo cercano a un optimista, así que es posible que eso se note en los papeles que elijo. Pero tampoco soy un ingenuo y me interesa remarcar que las cosas no suceden por magia, sino que son fruto del esfuerzo. No creo en la filosofía de la lotería. Y eso vale para todo: si quieres que cambien las cosas en la política de tu país tienes que hacer algo para ello. Aunque tus acciones parezcan insignificantes, no lo son.

 

Con ese discurso, ¿trata de huir de la banalidad a veces asociada a los actores de Hollywood?

 

Si dedicas tu vida a hacer películas vacías sólo para recibir el dinero, si eliges en función de lo que está de moda, no dejas nada de ti en lo que haces. Caes en la irrelevancia. Hay carreras enteras enfocadas a enriquecerse. Pero luego existen otros actores, los que son una referencia para mí, que sí forman parte de un desarrollo creativo de una narración. Aunque todo esto hay que ponerlo también en perspectiva. Si tengo que interpretar a Shakespeare no voy a ser tan imbécil como para pretender reescribirlo y mejorarlo.

 

Crowe se ríe y su risa da un poco de miedo. Un oleaje crespo de carcajadas que, por algún misterioso motivo, nos traen a la cabeza lo peor de su reputación. La agresividad. El malhumor. En un artículo publicado en junio de este año en The Sydney Morning Herald, un periodista australiano pintaba a un Crowe maquiavélico, deseoso de controlar la prensa hasta el delirio y capaz de las más aberrantes estrategias para conseguirlo. Jack Marx, que así se llamaba el reportero, decía haber sido un peón en una de las enormes operaciones propagandísticas del que, según él, es el hombre más poderoso de Australia tras el primer ministro y el recientemente fallecido magnate de los medios Kerry Packer. “Cuando fui la víctima de Russell Crowe”, se titulaba de hecho la historia. Crowe se muestra relajado ante la referencia de su mala reputación en la prensa. No recuerda ese artículo en particular, dice. Y asegura que no hay forma de estar al día de todas las mentiras que se publican sobre él. Aunque es muy posible que algunas de las cosas que sobre él se escriben le duelan más que otras.

 

Su música no recibe precisamente buenas críticas y no parece que la industria le tome realmente en serio.

 

Sobre este particular he tenido que oír de todo el mundo las acusaciones más absurdas. Se ha dicho que me aprovecho de mi carrera cinematográfica para impulsar la musical, sin tener en cuenta que fui músico mucho antes que actor. ¿Por qué debería abandonar algo que me apasiona sólo por haber tenido éxito en otra faceta profesional? Además, no busco tener una carrera musical, sólo hago música. Trato de sintetizar todo lo que pasa por mi cabeza en esos pequeños paquetes que son las canciones. No me considero un músico en realidad. Las canciones pop surgen probablemente de mi deseo infantil de ser un poeta. Obviamente, nadie iba a querer leer un libro de poesía escrito por un chico de 15 años, así que enfoqué ese deseo de expresión hacia la música. Como músico de rock soy un poeta. Y cuanto más lo hago, más me acerco a lo que me gustaría, mejor me siento con ello. Estoy cerca de conseguir decir lo que quiero.

 

Si como músico se considera un poeta, ¿qué es como actor?

 

Soy un instrumento para que el director consiga su propósito. No hay nada que no esté dispuesto a hacer para contar la historia que tiene en la cabeza. Si me piden que salte del árbol, salto. Ese es mi trabajo. No sólo no limitar la imaginación del director, sino también expandirla. Aceptar sus necesidades y aportar todo lo que pueda. Porque cuando un intérprete se involucra con un personaje acaba sabiendo más de él que el propio director.

 

¿Diría que esa forma de entender su trabajo explica por qué los directores tienden a repetir con usted? ¿Cómo es su relación con Ridley Scott, con quien acaba de rodar por tercera vez?

 

Por supuesto, después de Gladiator quería volver a trabajar con él. Aunque en ese momento todavía no me daba cuenta de lo poderosa que era la conexión entre nosotros. Ahora adivino lo que él piensa y lo que él quiere sin necesidad de que diga nada. Nos conocemos y nos entendemos a la perfección. Funcionamos con lenguaje corporal, con un gesto. Es lo que ocurre en las relaciones verdaderamente intensas. Como en el matrimonio, como en las mejores amistades. Tienes una profunda comprensión del otro.

 

Al principio rechazó el papel en ‘Master and commander’ porque el guión no le gustaba y abandonó el rodaje de ‘Eucalyptus’ por el mismo motivo. ¿Es usted muy exigente en este aspecto o es que los escritores de cine no dan la talla?

 

El problema aquí es la industria. La mayor parte de las veces no estamos hablando de los escritores como individuos que conciben y desarrollan una idea hasta el final. Estamos hablando de textos que pasan por muchísimas manos. Cada insignificante ejecutivo de la cadena va a dar su opinión y va a modificar la idea en función de lo que piensa que es mejor, lo cual suele significar en realidad más lucrativo. Al final, una veintena de personas que no van a hacer la película han metido mano al guión con criterios tales como “lo que se lleva ahora”, el “nicho de mercado al que nos dirigimos”. Un montón de argumentos que nada tienen que ver con la esencia de contar una historia.

 

¿Esas interferencias las sufren también directores tan consagrados como Ridley Scott?

 

Incluso a alguien como a Ridley pretenden plantearle cosas del tipo: “Tienes que acabar de filmar antes de tal fecha. Con esto estás por encima o por debajo de la línea. Tienes que contratar a dos de estos cuatro actores para estos papeles”. Pero, en cambio, Ridley tiene ganas de trabajar con alguien como yo porque yo no voy a abandonar. Voy a trabajar cada día para mejorar y no voy a quedarme en lo mínimo necesario para cubrir el expediente. Hoy en día es inusual tener dos semanas para ensayar. Es ridículo: se gastan miles de millones en los efectos especiales de una película, pero no quieren gastarse unos pocos cientos en sufragar ensayos. Pero así funciona este negocio.

 

 

En el caso de ‘Un buen año’ estamos ante un libro que Peter Mayle escribió, a sugerencia de Ridley Scott, a partir de un recorte de la revista ‘Time’, y de un guión escrito casi en paralelo con la novela. ¿Cuál ha sido la relación de todos esos elementos?

 

En el caso de Un buen año el proceso ha sido absolutamente particular. Ridley Scott tuvo la idea original leyendo ese artículo sobre los vinos boutique. Se lo pasó a Peter Mayle y a éste le gustó. Empezó a escribir una novela a partir de él y el guionista Michel Klein escribió una versión del libro incorporándole su propia sensibilidad. Cuando finalmente Ridley tuvo el guión, dijo: “¿Cómo nos hemos ido tan lejos de la idea original?”. Nuestro proceso juntos fue devolver la historia un poco más al punto original, a lo que él quería hacer desde el principio. Es el tipo de trabajo que me interesa, el que me involucra en el proceso creativo.

 

Si concede tanta importancia al guión, ¿cómo vive el paso de escrito a filmado?

 

Es un proceso complejo. Es tan distinto lo que tiene sentido en la página y en la pantalla. Escribir una novela es completamente distinto a construir una película. A veces el director está tan obsesionado con ciertos planos que tiene en su cabeza que no atiende a la peculiar química de lo que está sucediendo. Y no es hasta que el plano está acabado cuando comprenden que lo que habían pensado previamente no funciona. Lo que parecía obvio en una sola dimensión queda totalmente ridiculizado en tres dimensiones. La dimensión extra del cine es la que permite llenar un espacio con una mirada, la que permite que la línea de diálogo más banal se convierta en un instante de cegadora intensidad. Y eso no es fácil de escribir.

 

¿Quién le parece capaz de hacerlo?

 

Akiva Goldsman, por ejemplo. He trabajado en tres proyectos con él. Es el escritor no acreditado en Master and commander. Reescribió el guión entero. La estructura y el hilo narrativo estaban ahí, pero no había ninguna personalidad en los personajes. Peter (Weir) no era muy partidario de que viniera a rehacer la historia, pero finalmente vio los beneficios que aportó porque vio cómo cambió la energía de sus actores. Leían las páginas reescritas y se emocionaban. Por fin podían entender a los hombres que iban a interpretar porque, por fin, había humanidad en ellos. Para mí es un genio, pero hay gente que tiene muchos prejuicios. Por ejemplo, dicen: “Hizo Batman forever o Mr. & Mrs. Smith, ¿cómo va a ser un genio?”. Pero para mí un genio se hace. Cuanto más ejercites tu talento, cuanto más prolífico seas, si lo haces con pasión y enfoque, más posibilidades tienes de hacer un trabajo excelente. Y cuando él hizo Batman, él satisfizo plenamente lo que los productores y el director querían. Cuando escribió Una mente maravillosa hizo lo mismo. Con la diferencia de que ese productor y ese director querían más de él.

 

Habla de ser prolífico, pero usted no lo es precisamente. En cinco años ha protagonizado cuatro películas.

 

Es cierto que no lo soy. Pero, de nuevo, hay que tener en cuenta que he sido actor desde los seis años. Y todo lo que he hecho, más grande o más pequeño, forma parte de mi experiencia como intérprete. Debido a que no me dediqué a ir a castings para series de la tele sólo por creerme guapo (lo que es la motivación para la mayoría de los actores hoy) pude formarme de otra forma. Yo estaba genuinamente interesado en el arte de la interpretación y cualquier cosa que me sirviera para eso estaba bien. Desde cantar números en un bingo hasta hacer de disc jockey. Lo importante era que tuviera alguna clase de conexión con la actuación. Soy una persona bastante tímida, pero con experiencias como esas aprendes a controlar tu nerviosismo, a comportarte ante una audiencia. Puedes sujetar las mariposas del estómago. Cuando te familiarizas con ellas, las disfrutas, las aprecias. Pero sí es cierto que nunca he sido de los que salen de una película para meterse en otra.

 

De hecho, tiene fama de haber rechazado muchos proyectos.

 

Detesto a esa gente que siente que estás obligado a aceptar cualquier película que te ofrezca. Hay un montón de gente en la industria que está decepcionada conmigo porque les he rechazado. Pero mientras seas algo que pueden manejar estás vendido. Tienes que rebelarte a ser usado como un objeto. Y yo he dicho que no a mucha más gente en Hollywood de a la que he dicho sí. Eso me ha granjeado muchos enemigos.

 

Su distancia con Hollywood es tan física, pues vive en Australia, como emocional. Además de a la música, dedica su tiempo a actividades tales como reflotar un equipo de rugby de un barrio deprimido de Sidney.

 

De donde yo vengo es algo muy importante. Porque podemos enseñar a toda una generación de chavales que nunca hay que decir nunca. Supongo que es parte de mi filosofía vital, pero en cualquier competición deportiva voy con el equipo que está más abajo. El que tiene menos posibilidades de ganar. Porque, al final, soy un tío de Wellington, Nueva Zelanda, ¿cuántas posibilidades tenía yo de acabar ganando un Oscar? Pero lo conseguí.

 

¿Qué tal va el equipo?

 

Todavía no se ha notado mucho nuestra acción. Bueno, un poco sí. Antes de que llegáramos, el equipo no ganaba jamás. Y hemos ganado ya tres partidos. Pero el año que viene será mucho más potente. Hemos contratado algunos buenos jugadores y hemos cambiado al entrenador. Tenemos mejores administradores e instalaciones deportivas. No esperamos un éxito inmediato. Hay mucho que hacer, pero lo importante es no dar ningún paso atrás.

 

¿Cuál es su objetivo con todo esto?

 

Si podemos cambiar la tendencia del equipo, podemos servir como inspiración. Enseñarle a un chico de 10 años que lo imposible es posible. Tal vez haya nacido en un barrio deprimido, con una familia desestructurada y una madre drogadicta, pero eso no significa que todo esté perdido para él. Él es un individuo que puede alcanzar sus metas. Me gusta pensar que podemos unir a gente con procedencias, historia y problemas muy distintos y muy graves y darles una esperanza.

 

El séquito de Crowe se remueve impaciente. En la puerta del hotel espera desde hace rato una furgoneta de cristales tintados que, según el plan, ya debería estar de camino hacia el aeropuerto para tomar un jet privado. El actor ni siquiera se quedará en la ciudad a pasar la noche. Vuelve a Londres a dormir. “Para estar junto a mi hijo cuando se despierte mañana. Ha dormido en cuatro habitaciones distintas en cinco días y está de lo más desubicado el pobre”. Antes de irse insiste en mostrar el vídeo de su último sencillo, Weight of a man. Una canción dedicada a su mujer y una muestra más de la paradoja Crowe. Opaco en las entrevistas como actor, casi ingenuamente sobreexpuesto en sus canciones. El videoclip se filmó en los descansos del rodaje de Un buen año y es obra de Ridley Scott. Algunos periodistas han encontrado risible su interés por mostrar unas imágenes en las que aparece caracterizado de torero. Pero resulta más tierno y conmovedor que ridículo. Hay algo auténtico en tan improbable actitud. En cualquier caso, el ordenador está ya empaquetado. Resuelto, Crowe pide una dirección de correo electrónico a la que mandarlo. Guarda el papelito arrancado de una libreta en el bolsillo trasero de su pantalón vaquero y se despide con una amplia sonrisa. El correo prometido llega dos días después. Y hay algo auténtico en tan improbable actitud.

 

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