MIENTRAS TANTO, DE VUELTA EN LA GRANJA...

 

Crowe se relaja después de cenar, sentado en la caravana en la que está viviendo temporalmente mientras unos metros más allá, están haciendo reformas en el edificio. Está deseando trasladarse a la casa pero también se siente cómodo aquí: tiene una cafetera, algo de comida, una cama – de todas formas está fuera la mayor parte del tiempo y además no necesita muchos lujos. Cuando está trabajando, resopla ante los habituales habitantes de Hollywood que no pueden tolerar una marca de agua mineral que ha dejado de estar de moda. (“¿Marly? ¿Qué es eso? Yo quería la que es helada. ¿Alguien puede decirle a Marly que es la helada? ¿En la botella azul? ¡Graciasssss!”)

 

Crowe no ha pasado muchas noches en la granja este año porque ha estado fuera rodando durante mucho tiempo, pero gracias al cielo está aquí esta noche. Bebe té y está hojeando un guión que parece desechable cuando suena el teléfono.

 

“Hola”.

“¿Russell Crowe?”, una pausa.

“¿Cómo has conseguido este número?”

“¿Eres Russell Crowe?”

 

El tono de Crowe es mortal. “Ese es un tío al que no quieres molestar cuando se está tomando una taza de té después de cenar. ¿Cómo has conseguido este número?”

 

“No hace falta que te pongas borde, Russ”. La voz es temblorosa pero llena de falsa bravuconería. Crowe cuelga. El teléfono suena otra vez. Lo coge inmediatamente.

“Oye, tío, será mejor que llames a Hanks o a otro porque si sigues con esto, te puedo garantizar que...”

“¿Recuerdas esa noche en el pub de Coffs Harbour?”

 

La voz se asusta ante la fácil e inmediata hostilidad de Crowe, pero se mantiene firme. Es masculina, profunda, joven.

 

“¿Quién coño es?”. Crowe está irritado (y la verdad sea dicha, también le pica la curiosidad) pero totalmente calmado

“Sólo alguien con alguna información en la que podrías estar interesado”.

“Vale, puedo pasar del rollo policiaco, tío. Quieres decirme algo, quieres un autógrafo, quieres chantajearme, ¿qué?”.

 

En el fondo Crowe se está empezando a divertir un poco. Cuando creyó que ese tipo era sólo un fan intruso, se molestó, pero un gilipollas intentando sonar lo más amenazante posible, eso es diversión. “¿Sigues ahí, tío?, ¿lo tienes claro ya?”

 

El interlocutor se aclara la garganta, para seguir con el mismo tono de amenaza, “tengo en mi poder un documento videográfico de un cierto suceso que estoy seguro que...”

 

Crowe se ha echado un vistazo a sí mismo reflejándose en el espejo; se hace una burla a su propia imagen como compartiendo un chiste sobre el anónimo interlocutor con un amigo.

 

“Oye, tío, no me puedes amenazar si no me dices más claro de lo que vas”.

 

El que llama empieza a resoplar en ese modo especial que sólo los perdedores natos hacen mientras aumenta el asombro de Crowe. Esta llamada no está siendo como el anónimo había imaginado. Después de encontrar el video en el bar y desarrollar un plan, se había aprendido el diálogo durante días (insertando las propias respuestas asustadas y suplicantes de Crowe) pero parece ser que éste es de los que roban la escena.

 

“Quizás deberías dejar de reírte”, corta la voz. “Tengo el video de seguridad donde apareces tú agarrando el cuello de ese tío esa noche en Coffs Habour”. Silencio. Silencio.

 

“¡Oh, vaya, qué bien!. ¿Y cuánto te gustaría? ¿Un millón? ¿Un billón? ¿Quizás un “zillion” te va mejor?”. El tono de Crowe ha cambiado de uno con falsa gravedad a bueno... este tono es difícil de descifrar ahora que está empezando casi una carcajada. “¿O cualquier otra cosa te valdría para que arruinases mi reputación, miserable?”. Crowe he empezado a afectar la voz poniendo acento del sur.

 

El anónimo hace otro intento más. “No tengo miedo de darle esta cinta a los medios de comunicación, ¿sabes?”

 

Crowe deja de reírse durante un segundo.

 

“¿Te parece que sueno asustado por eso, tío? No sé cómo has conseguido este número pero realmente no sabías a quién estabas llamando. Por lo menos, sé el primero en colgar y conservar algo de orgullo”.

 

Crowe no oye nada. Resopla y cuelga bruscamente. Después de reflexionar durante un breve momento sobre la idiotez de la mayoría de los de su especie, vuelve enfadado a seguir con el aburrido guión entre sus manos.

 

“¿HOLA?”

 

“¿Hola, eh... el señor Crowe? Soy Carl MacSweeney... Formo parte del equipo que está diseñando su página web, russellcrowe.com, y esto... he oído que su asistente, el señor Bob Long había llamado y quería hablar conmigo”.

 

“¡Oh, sí! Oye, tío, tengo algunas fotos para la página, y he escrito algunos comentarios para que vayan con ellas”.

 

“¿Sí?, bueno, eso es estupendo, de verdad. La página en realidad todavía no está lista, aunque es lo único. Ahora mismo estamos trabajando en el...”.

 

“Sí, ya sé que no está lista. Esto es sólo algo para enganchar a la gente, ¿vale? Algunas fotos y eso...”

 

“Señor Crowe, es muy amable de su parte que haga esto y todas las cosas pero ...bueno, quiero decir que no tiene que hacerlo. Hemos estado... eh... hemos estado trabajando con las agencias de prensa y tenemos fotogramas de sus películas y todo, así que que usted nos proporcione fotos personales es realmente innecesaria...”

 

“Escucha, Carl, te puedo garantizar que no tienes éstas. Esto es verdadero material clasificado. Las puedes subir también, ¿vale? Como.. antes de que se complete la página”.

 

“Desde luego, señor Crowe. Es su página”.

 

“Estupendo, entonces. Las enviaré mañana”.

 

Dos días más tarde, llega un sobre a la mesa de Carl MacSweeney. Contiene un paquete de fotos envueltas en una hoja de papel blanco. En el papel, con marcador negro, las siguientes palabras: para escanear, para la página web.

 

En un sobre más pequeño, tipo comercial, hay otra hoja de papel con más escritura manuscrita.

Al principio es difícil ver lo que muestran las fotos; son oscuras y con poca definición. Son de algo muy... extraño. Carl MacSweeney le da la vuelta a una, intentando encontrar en qué dirección se puede mirar, qué orientación es la más clara. Retira algunas cosas de su mesa y pone las fotos sobre ella. Perplejo, MacSweeney busca el texto que las acompaña. Desdobla la hoja y sus ojos se agrandan.

 

Russell Crowe ha enviado fotos de su propia operación de hombro para que se incluyan en la página web. El texto está lleno de fanfarronería, haciendo chistes sobre la plantilla del hospital y la propia operación. Aparentemente, no quiso ponerse la ropa prescrita durante la intervención quirúrgica, esto es, pantalones de tela, porque no tenían que ver nada con el hombro.

 

MacSweeney se sonríe, ve lo que Crowe quiere decir. Las fotos parecen decir, “¿Quieren a Russell por dentro y por fuera? Vamos a darles todo de Russell Crowe”. MacSweeney escanea las fotos y las sube a la página web. Crea los links y piensa un momento sobre cómo debería llamarse. Después de una corta pausa, mueve la cabeza ligeramente y sonríe. Teclea: LA HISTORIA POR DENTRO.

 

EL PROBLEMA DE INTERPRETAR A UN GENERAL ROMANO del siglo segundo A.C. que –además de estar a miles de años fuera de tu propio momento histórico- ocurre que es del tipo de intensos silencios, es que puede ser un poco difícil meterse dentro de su cabeza.

Por supuesto, cuando Russell tuvo contacto por primera vez con el personaje de Maximus, el general era todavía más silencioso porque no estaba encuadrado en ningún guión terminado o estable. Era sólo una idea: enorme y poderoso en su forma pero también tan delgado como el aire. Esta tarde en particular, nos encontramos a Russell Crowe decidido a hacer su cantidad habitual de búsqueda rigurosa, pero algo perdido sobre cómo investigar sobre un personaje que aún no ha sido escrito.

 

Está reclinado en el sofá del cuarto de estar de su hermano Terry, algo cansado de los esfuerzos de todo el día por deshacerse de la flaccidez que cogió por El Dilema, hojeando un libro gastado. Ya ha mirado algún material relevante sobre los tiempos antiguos – competiciones de gladiadores, senadores conspiradores, enormes banquetes celebrados sobre largos triclinios – pero todo ha sido en tono brillante y superficial o desesperadamente académico. ¿Dónde están los personajes?

 

Crowe acaba de coger el libro en sus manos de la mesa donde está el café. Desde donde está Terry viendo la televisión sólo puede distinguir las palabras en el lomo: Marco Aurelio –Meditaciones- . Terry no sabe si es un libro de Russell de cuando estudiaba (la historia solía ser la única asignatura en el instituto donde realmente destacaba de adolescente) o algo nuevo. Sólo sabe que está contento de que por el momento no está leyendo nada escrito por nadie cuyos nombres, el primero y el último, acaban en “us”. Russell lee con atención, muy lejos del espectacular y teatral combate de lucha libre de la televisión. Después de unos diez minutos, susurra, “eso es”. Mueve despacio la cabeza y habla otra vez. “Eureka, tío”. Si alguien mirara por encima de su hombro en ese momento, cosa que su hermano Terry no tiene ni la intención ni el deseo de hacer, encontraría el siguiente pasaje en la página frente a él.

 

“... las ofensas cometidas a causa del deseo son más reprendibles que aquellas cometidas por la rabia. Porque aquel que se excita con la ira parece que da la espalda a la razón con un cierto dolor y una contracción inconsciente; pero aquel que ofende a causa del deseo, siendo sobrepasado por el placer, parece actuar de un modo más intemperado y más femenino en sus ofensas”.

 

Crowe empieza a sentir la firme composición de Maximus tomando forma en las meditaciones de este emperador filósofo. Mientras sigue leyendo, encuentra no sólo un sentido incesantemente más claro de Maximus, sino extrañas reflexiones sobre sí mismo.

 

“... y además ten en cuenta que todo hombre vive sólo este tiempo presente, que es un punto indivisible, que todo el resto de su vida es tanto pasado como incierto. Así que corto es el tiempo que vive cada hombre, y pequeño el espacio en la tierra en el que vive; y demasiado corta la fama póstuma más larga, e incluso esto sólo se continúa por una sucesión de pobres seres humanos que muy pronto morirá, y que ni siquiera se conocen a sí mismos, mucho menos a aquél que murió hace tanto tiempo.”

 

Y finalmente, Crowe encuentra el pasaje que parece definir lo que debe ser y hacer Maximus:

 

“Y si tú trabajas en lo que esté delante de ti, siguiendo seriamente la razón correcta, con vigor, con calma, sin permitir que nada más te distraiga, pero manteniendo pura tu parte divina, como si debieras estar obligado a devolverla inmediatamente, si te aferras a esto sin esperar nada, sin temer nada, pero satisfecho con tu labor presente de acuerdo a la naturaleza, y con la verdad real en cada palabra y sonido que pronuncies, vivirás feliz. Y no hay ningún hombre que sea capaz de evitar esto.”

 

Russell, asombrado e inspirado, pronuncia estas últimas palabras en alto: “Y no hay ningún hombre que sea capaz de evitar esto.” Terry aparta la vista de la televisión y, a decir verdad, no se altera con la intensidad de la concentración de su hermano. Se queda mirando a Russell durante uno, dos minutos. En un chiste sólo para él, le señala con el mando a distancia y presiona los botones a la vez, intentándole cambiar de canal, empujándole, incluso tirándole de la oreja. Cualquier cosa para quitarle esa extraña concentración. Clic, clic. Russell ni se entera.

REFLEJÁNDOSE EN EL ASFIXIANTE CALOR DEL DÍA y en su desesperada fatiga, Russell Crowe da gracias en silencio por este largamente esperado día libre. Durante semanas ha soportado el trabajo más desafiante y duro de su vida. Días enteros desde el amanecer hasta el ocaso bajo el abrasador sol de Malta, luchando con armadura y espadas que ni siquiera podrían levantar hombres hechos y derechos. Peleas con guerreros, combates con tigres, secuencia tras secuencia, todo el tiempo manteniendo la intensidad dramática marca de la casa que es lo importante de todo esto –una intensidad que sería, por sí misma, extenuante incluso si Crowe estuviera interpretando, digamos, a un árbol de cartón piedra en una producción de tercera de Los Tres Osos.

 

Crowe, como siempre, se preparó implacablemente para este rodaje. Estuvo medio año deshaciéndose del peso cogido para El Dilema (“seis semanas con y seis semanas sin”, diría más tarde de los casi 20 kilos de hamburguesas y bourbon que formaron parte de su metamorfosis de Jeffrey Wigand), trabajando con furia en su granja y entrenando con un experto en esgrima. (Había practicado esgrima cuando era más joven, pero decidió que podría hacer uso de ello cuando llegó la hora de coger las gigantescas espadas del mundo de su personaje, Máximo). Además de todo el trabajo físico, Crowe se entrenó psicológicamente para ser un general líder, conduciendo a una panda de amigos a través de un largo y difícil viaje en moto por el desierto australiano. Pero incluso la famosa disciplina de Crowe no lo podía preparar para las exigencias de este papel.

 

El proceso no ha sido sólo agotador sino peligroso.

 

En varios momentos durante el rodaje, Crowe se ha roto un hueso del pie, se ha astillado otro de la cadera, y (en diferentes ocasiones) ha sufrido varios tirones en ambos tendones de los bíceps. (No hay que decir que se los volvió a colocar usando sólo el modo más masculinamente antiestético de todos, un lingotazo de Jack Daniels).

 

Este catálogo de sufrimientos y heridas podrían hacer acobardarse y encogerse a las almas menos gladiadoras, pero en lo que respecta a Crowe, las cosas podrían haber sido peor. ¿Recuerdan esos tigres en la arena con Máximo/Crowe y los chicos? Tres palabras: nada de digitales. Aunque las bestias estaban encadenadas y las escenas de lucha cuidadosamente coreografiadas, cuando llega la hora de luchar con los tigres, es imposible, digamos, controlar las variables. En uno (de los montones de) contratiempos con los tigres en el plató, uno de ellos saltó sobre el colega de Crowe, Sven Ole Thorsen, tirando al suelo al aterrorizado actor. Afortunadamente para él, Crowe estaba actuando en la escena. Viendo la difícil (realmente una palabra parece algo demasiado corto para describir tan miedosa situación) posición de Thorsen, Crowe hizo retroceder al tigre, irritado y distraído, hacia atrás y lo obligó a apartarse de su colega para ponerlo bajo el control de los cuidadores.

 

Con esta clase de riesgos y terrores en la mente, nos encontramos a Crowe por la mañana en su bien merecido día libre. Dando un corto paseo por un polvoriento camino no lejos de la inmensa réplica del Coliseo romano, pensando de vez en cuando en cómo organizar los equipos para el partido de fútbol que ha planeado por la tarde, nuestro héroe es alcanzado por un joven empleado del estudio.

“Señor Crowe”, dice el chico acercándose al bronceado e imponente actor. En estos días el cuerpo de Crowe es grande y poderoso; sabía que necesitaba estar extremadamente en forma para interpretar a Máximo pero no quería parecer otro niño bonito de Hollywood. Decidió no ir al gimnasio y no oír nada sobre músculos, sino trabajar como un demonio en toda clase de labores físicas. Más tarde les contaría a los periodistas que su idea era algo así: si consiguiese el tamaño para ser capaz de hacer todo lo que Máximo pudiera, probablemente acabaría pareciéndose al modo en que Máximo debía parecer.

 

El chico alcanza a Crowe diciendo “Tengo una nota para usted, del estudio, señor”.

 

Crowe, accesible y amigable, coge el sobre, “Gracias, tío”. El chico empieza a retirarse. Crowe lee. Después de medio minuto, levanta la vista y grita, “Eh, tío, ven un momento”. El chico se da la vuelta. “¿Sabes lo que dice aquí?”, le pregunta.

 

“No, señor”.

 

“Me piden que no juegue al jodido fútbol hoy... por si acaso, para evitar que me haga daño”. El tono de Crowe es de incredulidad.

El chico no entiende nada pero agita la cabeza y sonríe (espera que sea así) con empatía. Crowe no presta atención a su mirada. “¿Tienes un bolígrafo?”. El chico asiente y se busca en el bolsillo. Saca un bolígrafo y un lápiz y se los ofrece para que elija. Crowe agarra uno sin mirar.

 

“Date la vuelta, ¿vale?”.

 

El chico, confundido sólo durante un instante, se da la vuelta y se inclina. Nota el sobre en su espalda y luego los movimientos de Crowe al escribir. Crowe habla mientras escribe, dejando que el chico se entere de lo que murmura. El gesto es el de un hermano mayor.

Querido estudio,

 

Puedo luchar con cuatro tigres (aquí Crowe se ríe de su propio plan y de la idiotez de sus negligentes niñeras) pero ¿no puedo jugar un partido de fútbol? (Aquí hay una corta pausa mientras se piensa la siguiente frase).

 

Besadme el culo.

Con cariño,

Russell

 

El chico se ríe abiertamente y se endereza mientras Crowe dobla la nota. “Llévales esto corriendo de vuelta, ¿vale, tío?”. El chico asiente y se marcha rápidamente al plató con gesto cómplice.

 

EL DÍA ES EXTREMADAMENTE CALUROSO. Ridley Scott está sentado en un trailer con aire acondicionado justo fuera de “Roma”, la Roma que se ha creado a escala en miniatura en Malta para el rodaje de Gladiator.

 

Scott está con la lista de escenas del día, imaginando las exquisitas secuencias que llevará a cabo meticulosamente. ¿Cómo hacer que parezca que los tigres aplasten las túnicas de los gladiadores? ¿Cómo hacer que la multitud tenga un aspecto casi bestial? ¿Cómo hacer que el Coliseo parezca una planta carnívora que vive de la sangre derramada en su centro? Y siempre esta pregunta: ¿Cómo conseguir rodar la batalla entera en conjunto pero también cómo conseguir lo suficiente del increíble e intenso rostro de Crowe?

 

Ese rostro en cuestión aparece por la puerta del trailer, justo ahora abierta de par en par con unos cuantos (pero –ambos hombres saben- irrelevantes) golpes, e interrumpe el “visionado” de Scott. Ridley deja los papeles que ha estado examinando cuidadosamente (los rápidos bocetos que ha hecho para ilustrar sus ideas para los otros en el plató, han sido afectuosamente llamados “Ridleygramas” por sus colegas), y le indica a Crowe que entre. El hombre es espectacular: algo por debajo del metro ochenta y unos 95 kilos de alguna sustancia que parece extremadamente densa. El bronceado que luce no sólo es gracias a los artistas del maquillaje sino al real y honesto sol maltés, le hace parecer un héroe de cómic –pero ésta no es la imagen grasienta de un héroe. Crowe es tan genuino como un artículo que Scott ha encontrado .

Ridley se ha convencido hace tiempo pero el incidente con el tigre de la semana anterior, le probó de nuevo que los rumores son verdad. Bueno, no todos, pero al menos sí el que dice que Russell Crowe es un espécimen cuya masculinidad excede el poder de la mayoría de las réplicas de Hollywood para incluso imaginarla. Ellos, con sus maneras de ser, sus entrenadores personales y su agua de diseño: ¿saben que este hombre luchará con un tigre y sonreirá mientras lo está haciendo? Problemas aparte, Crowe es un.. –pero parece que los problemas no se pueden poner aparte esta mañana-. Porque Crowe tiene uno. Y Scott ha estado el tiempo suficiente en el plató bajo el ardiente sol abrasador para saber que cuando Crowe tiene un problema, él tiene un problema.

 

La primera vez que los dos hombres se enfrentaron fue a los seis segundos de su discusión inicial sobre Máximo. Crowe pensó que ya que Max era de España, debería hablar con acento español. “Como Antonio Banderas pero con mejor elocución”, le había dicho a Chris Nashaway de Entertainment Weekly. Auténtico, pensó Scott, pero con un alto riesgo de meter la pata. Él prefería el clásico acento británico que parece que da mejor el tono para los personajes nobles que Hollywood saca de las arenas de la historia. No es totalmente genuino, piensa, pero la autenticidad ronda alrededor del número 782 en la lista de prioridades cuando uno está haciendo lo que será una épica histórica que arrasará en taquilla, con 20 millones de dólares del dinero de otra gente (llámese, de Dreamworks). Más tarde Crowe hará burla de este acento en su entrevista con Nashaway, llamándolo “de la Royal Shakespeare Company con dos pintas de más después de comer”. Scott no se reirá cuando oiga esto.

 

Crowe se ha sentado frente a Scott en una silla plegable. Se saludan brevemente, ambos conscientes de que hay Un Tema pendiente en el aire entre ellos.

 

“Ridley, he estado pensando en el guión”. Scott exhala un suspiro. Esta no es la primera discusión que los dos hombres han tenido sobre el guión, y no será la última. El guión no existía cuando se concibió el film por primera vez; el concepto estaba por encima de las frases y los personajes y todo lo demás. E incluso una vez que se escribió, experimentó revisiones sustanciales. Todo el medio acto entero –en el que Máximo es entrenado en Oriente Medio –ha sido añadido, y otros cambios incontables han mantenido el guión en flujo constante desde el primer día. Y ahora Crowe, sorpresa, sorpresa... ha estado pensando...

 

“¿Sobre qué del guion?”

 

“Es demasiado cínico, demasiado cercano a una de esas películas de Bruce Willis donde no hay motivos ni personajes ni una trama real, sólo este tío que destroza todo alrededor sin ningún miedo, como un maníaco, sigue y sigue hasta que todos los demás están muertos”.

 

“¿Eh?”

 

“Joder, y tiene muchos chistes también. Esas horribles líneas únicas que convierten la película en un largo chiste y extremadamente caro, con algo de violencia tirada ahí. “Volveré” y toda esa mierda. Max es una persona seria, noble y más que eso, se le ha perjudicado y devastado de la peor manera imaginable. Para él estar recibiendo pullas todo el camino hacia el Coliseo le roba cualquier motivación y poder. Le vuelve totalmente débil. También le quita toda la empatía y quizá le vuelve un poco loco.”

 

“Bueno, Russell...”

 

“También es demasiado moderno. Suena como ese jodido último mes en L.A., Ridley. Sé que nunca vamos a ceñirnos al lenguaje auténtico pero al menos tenemos que delimitar un poco el periodo, crear por lo menos una distancia entre el público y la acción”.

 

Scott suspira. Crowe, como siempre, es profundamente, infatigablemente y raramente serio. “Russell, sé que el guión ha sido un problema para ti –para ambos- desde el principio. Y me doy cuenta de que hemos tenido nuestras disputas sobre la importancia de las imágenes visuales frente a – ya sabes, las frases. Pero el texto también es importante para mí y básicamente la película –“

 

“Quiero escribir un diálogo”.

 

“¿Perdona?”

 

“Quiero escribir un diálogo para Max, darle algo de profundidad que necesita y a la que ahora mismo no tiene derecho”.

 

“Russell, sé que hemos perdido mucho el tiempo juntos con el guión, pero ha sido porque era demasiado dura empezar con él otra vez. No sé si deberíamos comenzar a –“.

 

“Es necesario. El personaje lo necesita. De lo contrario, sólo es un recorte de cartón llevando una espada. Te lo traeré mañana”.

 

Crowe se levanta y sale pesadamente del trailer. Scott hace un pacto consigo mismo: cuando vea la versión final de la película por primera vez, se acordará de ese día. Y del miércoles pasado. Y de todos lo demás días. Una vez que la haya visto y una vez que haya juntado todos esos recuerdos de Crowe en su mente, entonces y sólo entonces, decidirá: ¿merece la pena este hombre?

 

A las seis de la mañana del día siguiente, junto con las notas del estudio y otros papeles, el asistente de Ridley Scott le entrega una hoja de papel con un texto manuscrito. Scott se contiene de hacer cualquier ruido y movimiento, pero por dentro gruñe de un modo en el que sólo un inglés en Malta a las seis de la mañana ante un día de agotador trabajo lo puede hacer. Va hacia el trailer, se sube dentro y se sienta con el diálogo de Crowe. Hay una nota al principio explicando que eso va en la tranquila e intimista escena con Marco Aurelio al comienzo del film. Marco Aurelio debe preguntarle a Máximo sobre el hogar al que está tan ansioso por volver. De acuerdo con Russell Crowe, actor, especialista, líder, luchador de tigres, y ahora guionista, el hogar de Máximo es:

 

Un lugar muy sencillo. Piedras rosadas que se calientan al sol. Un huerto que huele a hierbas aromática de día y a jazmín al anochecer. En la entrada hay un álamo gigante. Higos, manzanas, peras. La tierra, Marco, negra, negra como los cabellos de mi esposa. Viñas en las laderas del sur, olivos en las del norte. Cerca hay potros salvajes. Mi hijo juega con ellos, quiere ser uno de ellos.

 

(¿Cuánto tiempo llevas fuera?)

 

Dos años, doscientos sesenta y cuatro días y esta mañana.

 

Scott suspira y mueve la cabeza. Mierda. Le encanta.

 

Más tarde le preguntará a Crowe qué le dio la idea. Crowe le contestará sin volverse hacia él. “¿Sabes cuantas noches he pasado en mi granja este año, tío?”

 

“¿CHAMPÁN, TÍO?”

 

Ridley Scott asiente. Percibe cierta burla escolar en Crowe por haber pedido eso, a lo que de inmediato ha seguido la extremadamente masculina orden de “Jack Daniels, solo”. Scott ha considerado, durante un momento muy breve, pedir otra cosa en vez de champán que es lo que quería, sólo para evitar las bromas de Crowe. Pero esa consideración ha sido prohibida tan pronto como ha pensado: “Yo soy un hombre adulto, y con bastante éxito en eso”, ha insistido en decir el Sector del Orgullo de Scott. “Y pediré la bebida que quiera consumir, independientemente de las opiniones del señor Crowe sobre las implicaciones de mi elección por mi fortaleza personal, orientación sexual, capacidad para la paternidad, etc.”

 

Y así, Scott ha pedido champán. Crowe resopla ligeramente por ello, y es fácil decir por la mirada en su rostro que su ingenioso mecanismo de producción había empezado a salir a la vida. Trabajando en Gladiator, Scott ha visto este mecanismo de Crowe convertirse en joviales y bien intencionados sarcasmos que se han hecho con un equipo entero lleno de gente cansada y frustrada, filtrando la tensión del set como nada (ni nadie más) podría. Otras veces, Scott le ha visto devastar a actores con menos experiencia, lanzándoles un dardo tan lleno de ácido que las víctimas se han sentido marcadamente cambiadas durante días enteros del rodaje.

 

Scott nunca ha visto a ningún actor asumir ese tipo de poder en un plató. Los grandes nombres, desde luego, tienen tirón. Se enrabietan o son diplomáticos con los directores para seguir su camino; levantan barreras (sutiles o no sutiles) entre ellos y miembros “inferiores” del reparto. El estrellato extremo infunde un muy particular y, en muchos casos, desagradable tipo de autoridad en la gente. Pero Crowe no es sólo un egomaníaco sobreprivilegiado. No es sólo una prima donna vana. De alguna manera, Crowe se ha convertido en el patriarca con carácter de la producción entera. Crowe da y Crowe quita. Crowe sonríe y Crowe mira con ojos oscuros. Crowe aprueba tu trabajo o te enterarás alto y claro.

 

Él es el que organiza todo –las cenas, los partidos de fútbol, las veladas- para todo el mundo que trabaja en la película. En realidad, eso es muy amable de su parte. Una cena fue en La Barracuda, uno de los mejores restaurantes en Malta. E invita a todo el mundo –no sólo a los actores principales y al director sino al equipo, los especialistas, todo el mundo. Así que es muy amable –pero también es un poco extraño. Todo eso parece significar la apreciación de Crowe por el trabajo de todos. Estupendo. Pero entonces, ¿quién lo ha propuesto como señor sobre tantos siervos de la industria del entretenimiento? ¿Quién dijo desde lo alto: “Russell, cuida de estos chicos. Juzga cuando debas pero intenta ser benevolente”? Crowe da y Crowe quita.

 

En este momento, Crowe le da a Ridley Scott una copa de champán. En la mente de Scott un “¿champán, tío?” es un precio aceptable a pagar por esta bebida. Él y Crowe se han vuelto a reunir de nuevo para discutir el guión de Gladiator, especialmente de Máximo, y Scott sospecha que necesitará una pequeña cantidad de asistencia química durante la conversación. El guión ha sido una entidad tan propensa al cambio a lo largo del rodaje, que parece que cada escena requiere de una nueva decisión sobre los diálogos e incluso sobre la trama. Estas decisiones también pueden necesitar cambios en otras escenas, escenas que ya han podido ser filmadas y ahora sí precisan revisión y así una y otra vez: Gladiator ha tejido una red de complicaciones creativas y logísticas que Scott elige no contemplar en este momento. Está enamorado del lado visual de esta película, el lado escrito podría matarlo.

 

El problema de esta vez es que el público todavía necesita más acceso a Máximo –necesitan entender la fuerte cabeza de este hombre cuando se enfrenta a una horrible y espectacular muerte tras otra y solamente sigue cortando cabezas y brazos. Sin algo más de profundidad, Máximo es sólo otro bruto de Hollywood.

 

Así que a Scott y Crowe les sirven sus respectivas bebidas y se meten en el trabajo, imaginando cómo pueden proyectar en la pantalla, de la mejor manera, las búsquedas interiores de Máximo. Cada uno saca un guión con recuerdos y garabateado y sugiere escenas donde piensan que los cambios podrían hacerse para iluminar el estado mental del General. Crowe le habla (otra vez) sobre Las Meditaciones de Marco Aurelio y lo crucial que ha sido el libro para su interpretación de Máximo –cómo estableció en la mente de Russell una serie de valores por los que siempre se guía el personaje.

 

Scott le habla sobre el cuadro que le llevó hasta Gladiator. Había estado reacio a hacer el film pero algo sobre la energía de la escena representada en un cuadro que alguien le había enseñado –muestra a un gladiador en la arena, de pie sobre un oponente derrotado, mientras la multitud le anima a rematarlo-, le convenció de que la película podría sobrepasar a las epopeyas de sandalias y togas que se habían convertido en un mal chiste en Hollywood allá por los sesenta. Para Scott, el poder de Máximo encuentra su más clara ilustración en el drama del Coliseo. Los dos hombres proponen ideas aquí y allí: nuevos diálogos, nuevos discursos, nuevas imágenes, nuevas escenas. Algunas ideas son mejores que otras pero ninguna es realmente satisfactoria. Es bastante difícil dar al público un acceso intimo a un personaje que depende tan fuertemente de una concha externa compuesta de palabras como “deber” y “honor”.

 

Scott piensa en alto: “Sería realmente genial si de algún modo pudiésemos meternos en su cabeza, ¿sabes? Máximo nunca dirá “Los odio por destruir mi hogar, echo de menos a mi familia, quiero llorar hasta que me muera”. Podría pensarlo pero lo oculta con lo que “debe” hacer. Así que no creo que lo que estamos buscando pueda venir a través del diálogo”.

 

“¿En qué estás pensando?”

 

“No estoy seguro... quizás una secuencia onírica o algo... algo que salga directamente de él, sin que esté filtrado por ninguna situación que nosotros ideemos”.

 

Crowe se queda en silencio. Le gusta la idea de una secuencia onírica. Continúan la tormenta de ideas en esa línea y finalmente acaban en la imagen que se convierte en un fantasma que flota a lo largo del film, surgiendo sólo ocasionalmente pero siempre tangible y presente: en una extraña y plateada luz, la mano de Máximo recorre rozando levemente las espigas del trigo que crece en su granja. Cuando han mejorado la idea –e incluso más, más tarde, cuando vea la imagen en la película –Crowe le da a Scott una señal de su pantalla mental. Había dudado de que una imagen pudiera decir todo lo que necesitaba contarse de Máximo, pero Scott lo sabía. Scott es (Crowe se acuerda de las palabras de Michael Mann) un maestro.

 

LAS TRES MUJERES SINCRONIZARON SUS RELOJES para la misión a las 7.15 de la tarde. Desde entonces, se han infiltrado bajo las luces de neón del enorme cine, han comprado las entradas, ofensivamente subidas de precio, y han visto Gladiator por tercera vez. Pero ésta es diferente.

La primera vez, bueno, la primera no necesita explicación. Habían visto a Crowe en L. A. Confidential y El Dilema, y también en el trailer de este último film, brillando tanto con una masculinidad tan pura que casi pudieron olerlo desde sus mullidas butacas. Así que la primera vez era un hecho.

 

La segunda tuvo lugar la siguiente semana, promovida por razones y anhelos similares a los que las había motivado la primera. En aquel primer martes, la película se había convertido en un anuncio por sí mismo. En el momento en que Máximo había dado su primera y larga mirada al campo de batalla en la escena inicial, las mujeres supieron que el “Martes de las Chicas” de la siguiente semana estaría de nuevo dedicado a este carnaval de carne gladiadora.

 

Pero esta tercera vez es otra historia completamente distinta. Gestaron la misión de esta noche durante el postre habitual de después del espectáculo que siguió tras la película la semana anterior. Empezó como una broma, pero cuanto más hablaban de ello, más se lo creían. Al final, hicieron un loco pero estrecho pacto que las ha llevado a este momento: relojes sincronizados, corazones latiendo, mapas (garabateados en servilletas) preparados, músculos tensos con anticipación. Los créditos han empezado a salir y la gente están comenzando a marcharse del cine en parejas y tríos.

 

Susan corre hacia el Punto A, una esquina escondida fuera del baño de caballeros. Janice se hace la remolona e intenta mezclarse entre la multitud. Sylvie se va hacia la izquierda y empieza una discusión con un acomodador (Punto B) sobre unas ficticias llaves perdidas. Cuando Janice, entre la gente, llega al punto A donde está Susan, las dos se lanzan y juntas se hacen con el Objeto. Lo intentan mover rápidamente y con fuerza pero otros espectadores han visto el tamaño que tiene. Sylvie y “las llaves” todavía monopolizan la atención del acomodador -¿es eso una lágrima en su mejilla? Desde luego lo está haciendo muy bien- pero incluso así, Janice y Susan saben que tienen que mover el Objeto deprisa. Protegiéndolo con sus cuerpo tanto como pueden, establecen contacto visual y entonces hacen un breve descanso. Sólo oyen un irritado “¡Hey!” mientras se abren paso entre la multitud y cuando salen cruzando las enormes puertas de cristal, Janice oye a una mujer preguntar, “Cariño, ¿dónde crees que han comprado eso?”

 

Levantando el Objeto hacia arriba en una extraña manera, las mujeres corren hacia la furgoneta de color champán de Sylvie (Punto C), jadeando y todavía también muertas de la risa. Sylvie llega un minuto después, habiendo fingido un embarazoso “descubrimiento” de las llaves en su bolso. (“Se vuelven serviles enseguida”, le dice el acomodador a un compañero cuando ella se va). Sylvie quiere hacer una pausa e inspeccionar el Objeto pero las otras dos la urgen, con las palabras de muchos fugitivos de Hollywood antes de ellas, a que “¡sube al coche y conduce!”

 

Susan y Janice pasan con cuidado el Objeto al asiento trasero y todas se meten en el coche. Una vez que se cierran las puertas y las ruedas se mueven, y se han asegurado (todas con un tinte de decepción) de que ningún empleado del cine las persigue, enormes carcajadas y exclamaciones de victoria llenan la furgoneta. Sylvie conduce directamente hasta casa de Janice (al límite permitido de velocidad todo el tiempo); nada de postre esta noche –no pueden parar hasta que la misión no esté totalmente completada.

 

Entran atropelladamente, todavía débiles por la risa, en el pequeño cuarto de estar de Janice. Han venido aquí porque Janice es la única de las tres que no está casada. Vive sola así que El Objeto está seguro en su apartamento. Una vez que entran, encienden las luces y echan las cortinas (saben que esta última medida paranoica es innecesaria, pero eleva la diversión de la travesura), colocan El Objeto en vertical en el centro de la habitación. Juntas lo sostienen y suspiran profunda y teatralmente, acompañándolos con risas.

 

Delante de ellas está un cartel de casi dos metros de Russell Crowe como Máximo –vestido imponentemente con cuero y sudoroso: el primero y posiblemente mejor trofeo en la historia de las integrantes de “El Martes de las Chicas”.

 

“Señoras” dice Sylvie fingiendo una seriedad militar, “ha surgido un héroe”.

 

ES 27 DE ABRIL DE 2000 EN ROMA, y Olivier Bonnard se sorprende cuando llega al bar donde se supone que va a entrevistar a la estrella de Gladiator y El Dilema.

 

Encuentra a Russell Crowe ya sentado allí, mirando algo aburrido. Sólo algo, piensa: no esa particular marca de aburrimiento de Hollywood que parece que grita (incluso si se trata de mantenerlo en silencio), “¿Tienes alguna idea de a cuánta gente le gustaría dormir conmigo, y consecuentemente cuántas cosas más interesantes, con mucho, podría estar haciendo en este momento?”. Crowe simplemente parece un tío en un bar esperando a alguien. Un tío grande, un tío de poderosa apariencia que sabe cómo manejar a un caballo y una espada al mismo tiempo, pero a pesar de todo, sólo uno más. Bonnard comprueba su reloj queriendo estar absolutamente seguro antes de pensar que llega tarde. No es así.

 

Camina hacia el sitio donde Crowe está sentado y se presenta. Nunca ha estado menos seguro de lo que espera de una entrevista. Según unos cuentan, Crowe es un bárbaro fronterizo –un broncas del desierto australiano que te pone contra la pared y te ahoga usando tus propios jadeos antes que contestar incluso la más inofensiva o benevolente pregunta. Según dicen otros, Crowe es un profesional con un enorme talento y muy inteligente: un tío decente, pero tan lleno de integridad, diligencia y simplemente de plena seriedad sobre su trabajo que algunas veces trata a los medios de comunicación, obsesionados con el brillo, con...digamos... hostilidad.

 

Crowe alza la vista.

 

“¿Qué hay, tío?”. Hasta ahora todo bien. Crowe parece amigable. Bonnar se sienta. La entrevista empieza tan pronto como Crowe pide una cerveza (no sin comentar al principio que es un jodido pecado que no encuentres una pinta de VB –Victoria Bitter Ale- en estos lugares). Bonnard comienza con algunas preguntas fáciles, esperando desarrollar algo de compenetración antes de correr el mínimo riesgo. Crowe es agradable de verdad. Su discusión discurre a través del rodaje de Gladiator, las impresiones de Crowe sobre Jeffrey Wigand, los esfuerzos de Michael Mann para convencerlo de que hiciera el papel de Máximo, sus sentimientos sobre los temas que levantó El Dilema acerca del poder de las grandes tabacaleras. Mientras Crowe opina sobre esto último, enciende un cigarrillo. Sin decir una palabra, Bonnard le echa una larga mirada. Crowe echa una misma larga calada, quita la ceniza y puntúa mientras exhala el humo: “Lo sé, ¿ no está la vida llena de ironías?”. Bonnard sonríe abiertamente. Le gusta este bárbaro.

 

¿DÓNDE ESTÁN LOS BEATLES? Señoras y señores, les pregunto: ¿Dónde están los Beatles? Porque seguramente una multitud como ésta, tan salvaje, tan desesperada, tan ruidosa, tan fuera de sí, sólo puede estar esperando la llegada de los Beatles, aún con caras de niños y corte de pelo a tazón. Y desde luego no son los Beatles los que pueden estar tocando en la parte trasera tras la barbacoa de Stubbs en Austin, Texas, el 4 de agosto de 2000. ¿Quién podría haber diseñado esta multitud y haberla llevado a este estado de agitación si no son esas cuatro legendas universales de la historia del rock?

 

La respuesta: una desconocida banda folk-rock formada hace quince años, desde Australia, por supuesto.

 

Sí, es el día más caluroso de otro verano infernal en el estado de la Estrella Solitaria, los Thirty Odd Foot of Grunts, liderados por Crowe (pueden, si quieren, referirse a los miembros de la banda simplemente como los Grunts), están a punto de hacer su aparición en el escenario al aire libre en un restaurante barbacoa aquí, bueno, en lo profundo del corazón de Texas. Y como nos dice la canción sobre el corazón de Texas, las estrellas por la noche son grandes y brillantes aquí, o por lo menos lo es una de ellas. Russell Crowe es lo suficientemente grande como para haber requerido que esta actuación se traslade a un recinto mayor después de que se viera claro que el sitio que originalmente habían planeado, no se acomodaba a las ingentes masas de fans que aparecerían, con entrada o sin ella, para ver al pastel de carne del momento actuando en su medio alternativo. Una vez que se hizo el cambio, a pesar del hecho de que la banda no permitió publicidad sobre el evento y rechazó dar pases de prensa, este segundo escenario se vendió en el tiempo que lleva decir: “¡MADRE DE DIOS, RUSSELL CROWE VIENE A AUSTIN, TEXAS!”

 

Así que ahí están todos, en la parte trasera del Stubbs en mitad del verano. El calor es casi insoportable. Se hace peor por toda la gente. Algunos de los miembros más tranquilos del público se quedan perfectamente quietos. Son los contemplativos, los soñadores, los que imaginan (aunque nunca lo admitirán) que Crowe los está viendo más allá de la multitud chillona y les dice “Vosotros allí al fondo, ¿por qué no os unís y lo celebráis como los demás? ¿Por qué estás tan serena, tú, la chica del árbol? Vuestro gesto debe ser una señal. Quizás por eso para vosotros va todo mi amor.” Estas tranquilas y quietas criaturas también imaginan que su silencioso sufrimiento en el asfixiante calor es una especie de sacrificio por Crowe. Quizás él se lo verá en los ojos, mientras empieza a cantar, que han estado ahí detrás del todo entre miles de enloquecidos admiradores de celebridades, que se han deshidratado y sudado y han sido pateados, que han corrido el riesgo de un golpe de calor y de melanoma, todo en su nombre. Y querrá –necesitará- acabar con sus sufrimientos. ¡Oh! Ahí viene ahora: EL FIN DE LOS SUFRIMIENTOS. Los Grunts se colocan en el escenario, sin que Crowe destaque en especial excepto por que, como cualquier cantante / guitarrista, encabeza la alineación frente a la multitud. Los colegas de la banda –Dean Cochran (guitarra), Garth Adams (bajo), Dave Nelly (batería), Stewart Kirwan (trompeta) y Dave Wilkins (guitarra y voces), parecen llevar bien que toda la atención extra sea para Crowe (si los gritos, empujones y desgarrones de la ropa que están teniendo lugar entre la gente con el doble de intensidad que antes, pueden ser llamados “atención”). No son idiotas: saben que la reciente fama conseguida se debe con mucho al status de Crowe como nueva megaestrella. Pero no les molesta, y si pueden seguir haciendo su papel musicalmente, ahora tocando con un lleno total en todos los sitios, en Austin, Texas, está bien para ellos. El bajista Garth Adams le dice a Lillian Vecchiavelli del US Weekly: “Todos tenemos trabajos normales. Simplemente somos un grupo de amigos a los que les gusta la música y se divierten tocando. Hace años nos hicimos la promesa de que nos juntaríamos al menos una vez al año para tocar. Lo que ha ocurrido entretanto es que Russell se ha hecho muy famoso.”

 

La banda empieza a tocar. Inmediatamente, como en todas estas situaciones, parte de la multitud se rinde completamente muda con reverencia por la Música, y otra parte se vuelve aún más loca de lo que quizás habían pensado que se podrían volver.

 

La primera canción es “Other Ways of Speaking” que, Crowe le dice a la periodista Amy Reiter, va sobre “encontrar a alguien de quien crees que te enamorarías fácilmente y entonces te das cuenta de que ha estado jugando para el otro equipo.” Algunos han sugerido que la canción estaba inspirada por la relación de Crowe con Jodie Foster, alguien de los únicos en Hollywood tan ferozmente protectora de su vida personal como Crowe de la suya. Nada de prensa para investigarle por algún cotilleo esta noche, mientras Crowe le cana a una emocionada multitud libre de periodistas.

 

Mientras sigue el estridente espectáculo, las huellas de cualquier banda verdaderamente masculina se acumulan en el escenario: colillas, latas de cerveza vacías, ropa sudada y toallas. Después de un tiempo, las fans empiezan a pedir -no, a suplicar- a Crowe que les conceda uno de estos amuletos. ¡Por favor, RUSSELLLLLL!!!! Al principio Crowe los ignora. Pero como la súplica continua y se eleva en volumen, Crowe, sin creérselo y como si nada, tira algunos de estos objetos a la multitud. Se queda alucinado al ver la lucha feroz que se inicia. Jesús. “Tranquilos” bufa, pero con el humor suficiente para que ninguna de las mujeres que han cogido las colillas sienta la necesidad de llorar.

El hambre voraz de esta multitud por todo lo de Russell es sólo una pequeña indicación del cambio que Crowe ha experimentado en su carrera musical que en pocos años pasados, ha sido completamente eclipsada por su fama cinematográfica. Garth Adams le dice a Vecchiarelli: “Para nosotros, mezclarnos con la gente después de tocar, tener contacto cercano con los fans ha sido muy importante. David, Dean y yo esperamos ser capaces de poder mantenerlo así. Pero para Russell, se ha perdido para siempre. Y eso nos entristece a nosotros y a él.”

 

EL ALBOROTO ES SOBRECOGEDOR mientras una sala llena de periodistas maniobran en busca de espacio y para tener la mejor vista del lugar donde al final se sentará su presa. Los reporteros y fotógrafos hablan sobre su inminente llegada, la basura que esperan conseguir, quién llamará a la oficina, dónde irán después de esto. Finalmente, Russell Crowe entra y se sienta en una silla en el centro de una larga mesa. No parece contento. La sala enmudece inmediatamente y empiezan las preguntas. Él contesta de mala gana la mayoría sobre sus próximos proyectos. De cuando en cuando, algo parece llegarle por el buen camino y hablará fácilmente y con fluidez durante unos minutos. Sólo alguna vez alguien será lo bastante valiente para preguntarle sobre su vida amorosa. Esas cuestiones normalmente se pasan por alto. Al final, algún chico, claramente orgulloso de su investigación, pregunta, “Sr. Crowe, ¿qué tal su banda? Su banda, Thirty Odd Foot of Grunge.”

Algunos reporteros no pillan el error de su joven colega. Otros sonríen sádicamente, esperando que Crowe se coma al chico con afiladas palabras, dignas de noticia, que brillarán desde las páginas de sus respectivas publicaciones. Pero Crowe es bastante gentil. Desdeñoso pero gentil. “Sabes, tío, realmente lo has dicho. La razón por la que escogimos el nombre fue porque sería único de verdad, ¿no? Así que la gente como tú podría recordarlo.” Los periodistas se ríen, una parte para satisfacer a Crowe (sobre el que han escrito tantas historias espeluznantes que al final, ellos mismos le temen), y otra parte, sin ninguna extrañeza, curados de espantos: Crowe no está feliz de estar aquí y la tensión generada por su obvio descontento se corta con cada pregunta expuesta.

 

El siguiente, un periodista británico que está parcialmente escondido detrás de una de las columnas de la amplia sala, llama la atención de Crowe. Éste asiente, indicando que responderá a la pregunta. “Sr. Crowe, usted ha estado desarrollando una reputación durante años pasados, en películas como Gladiador y L.A.Confidential, como el típico macho, algo así como un tío muy duro. Uno puede echar un vistazo a sus primeros trabajos presagiando esa imagen –puede ver una película como Romper Stomper, por ejemplo, como un himno a la testosterona que lleva a la brutalidad. Pero más de un crítico ha visto un cierto elemento homoerótico en ella. ¿Le importaría comentar algo sobre esos componentes homoéroticos en alguna de sus otras películas?” Crowe se queda mirando al periodista, haciendo como que está deslumbrado por la inusual longitud del discurso antes de la pregunta. Entonces, en un momento de inesperada ligereza, agita la cabeza (aparentemente para aclararse la niebla que se le ha puesto por la excesiva verborrea) y empieza a considerar la cuestión. “Elemento homoerótico, ¿no?” El actor se acaricia la barbilla como si estuviese profundizando en ello, y entonces da con un repentino y brillante pensamiento: “Bueno… ¡Jesús, tío! Tú sabrías más de todo eso siendo inglés.”

 

Una sana risa entre dientes recorre la habitación y el periodista asiente con buen humor reconociendo que la ocurrencia de Crowe ha neutralizado su pregunta.

 

Cuando se pasan las risas, Crowe atiende a una joven que ha tenido la mano levantada durante un tiempo. El tono de la rueda de prensa es ahora más suave mientras él parece haberse relajado. No durará. La periodista se aclara la garganta. “Sr. Crowe, sabemos que cuando no está trabajando usted vive en su aislada granja en Australia.” Crowe brilla durante un segundo; parece que ésta puede ser una de esas preguntas que le aciertan de lleno. Entonces la cosa se tuerce ligeramente. “Y sabemos que se le ha asociado con más de una de las hermosas mujeres en Hollywood, más recientemente con Meg Ryan, y que pasa usted mucho tiempo en California”. Él la mira con cautela. Entonces llega la pregunta: “¿Consideraría alguna vez trasladarse a Los Ángeles para mejorar su vida sexual?”

 

Se hace inmediatamente claro por la cara de Crowe, que no le ha llegado por el buen camino. Su expresión se transforma en la de una piedra. Mira a todos los lados, como buscando un rostro comprensivo en el que encontrar simpatía ante la miserable e invasora basura que tiene que soportar, pero no hay nadie ahí. “¿Está…” Crowe se ha quedado literalmente sin habla. “¿Está hablando en serio? Quiero decir, eso es asqueroso, ¿sabe? Pensé que se suponía que era sobre el amor.” Crowe hace una pausa, visiblemente afectado. La sala está silenciosa excepto por los incesantes disparos de los fotógrafos. Mira de nuevo a la periodista. “Es usted… realmente terrible. Terrible, en serio.” Crowe se levanta y camina hacia una puerta cerca del fondo de la sala. La periodista que lo ha ofendido baja la cabeza.

Russell Crowe, han dicho, se ha marchado del edificio.

 

CROWE DIVISA A DEAN COCHRAN desde la otra punta del bar casi vacío. Cochran ya está a la mitad de su primera pinta de cerveza Victoria y se queda observando lo que queda del contenido del vaso con la melancolía que sólo un hombre mirando una cálida cerveza puede mostrar. También está jugueteando ausente con la condensación que se ha acumulado en el grueso posavasos de cartón, señal número dos de que los lamentos del mundo convergen en el alma de un tal Dean Cochran esta noche en Coffs Harbour.

 

Crowe da vueltas alrededor de la mesa y se sienta frente a su amigo, habiendo pedido ya de paso su VB en el bar.

 

Lleva gafas de sol y una gorra negra de béisbol, dos defensas que aunque cómodas, son normalmente inútiles contra la identificación y la persecución pública, que parece aumentar cada semana. Es un poco mejor aquí que en los Estados Unidos. Quizás porque también es lo suficientemente conocido para la gente por los conciertos que han dado los TOFOG en esta zona durante años, o los de aquí son lo suficientemente amables como para darle un respiro, suponiendo que debería ser capaz de caminar por la calle en su propia ciudad (o la cosa más cercana que tiene como eso). Crowe no está seguro sobre cuál de estos factores marca la diferencia y tampoco le importa. Sólo está agradecido por tener algo de paz.

 

Hoy, nadie ha mirado dos veces cuando se ha sentado frente a su amigo y colega de largo tiempo (él y Cochran vuelven a los días de Roman Antix, la banda de Crowe en los primeros ochenta, cuando escribió y grabó la extrañamente premonitora canción, “Quiero ser como Marlon Brando”). “¿Un día duro, tío?”

 

Cochran alza la vista; ni siquiera se había dado cuenta de que Crowe se había sentado. “Sí. Estoy bien. Pero algunas veces este trabajo puede hacer que te preguntes sobre un montón de mierda, tío.”

 

Crowe asiente en silencio. Admira la carrera de Cochran como trabajador social. Todos los miembros de la banda tienen trabajos comunes aunque el de Crowe es el más intrusivo de lejos, con los viajes que implica y generalmente, de naturaleza que consume todo. David Nelly es editor de videos, Garth Adams trabaja en finanzas y Cochran ha sido trabajador social durante años. Sus experiencias en esto han contribuido algunas veces con material creativo para la banda, como en el caso de “The legend of Barry Kable” que habla sobre un sin techo del que Cochran se ocupó durante un periodo de cinco años. Pero a veces él ni siquiera comenta –ni mucho menos canta- sobre las pequeñas y grandes tragedias de las que es testigo todas las semanas, y tal es el caso de esta noche.

 

“¿Pasa algo, tío?”

 

“Siempre está pasando algo. Pero a la mierda con todo ahora. No puedo pensar en esto todo el tiempo. ¿Qué se te ha ocurrido?” Los dos se han encontrado para discutir posibles títulos para el álbum que han grabado recientemente. Crowe se lo dijo por teléfono porque tenía unas cuantas ideas. Cochran dice ahora que tenía un par de ellas pero decidió que eran una mierda.

“Así que ¿cuáles son las tuyas?”

 

“Tengo dos más importantes ahora mismo. La primera es Bastard Life.”

 

Cochran se para a considerarla durante un segundo, luego resopla hinchando las mejillas. “Me gusta ésa. Es muy buena. Creo que deberíamos usarla.”

 

“Bueno, espera un segundo, ¿vale, capullo? Tengo otra.”

 

Cochran se ríe por primera vez hoy. “Vale, tío, señor prolífico titulador de jodidos álbumes, suéltala.”

 

“Clarity.”

 

Una pausa.

 

“Maldita sea, tío, me gusta esa también. Un montón. Quizás deberíamos usar… -¡Vaya! Pero no podemos dejar la de Bastard Life, es oro. Mierda, no sé. Pongamos las dos.”

 

“Sí, vale,” se ríe Crowe, echando el humo de su cigarrillo.

 

Entonces Cochran alza la vista, disfrutando la idea más seriamente. “Podríamos hacerlo. Bastard Life or Clarity.”

 

Crowe lo considera durante un segundo. “Bueno, tendremos que aclararlo con la compañía.” Ambos se ríen. Entonces, chocan los vasos.

Por supuesto, no hay ninguna compañía. Ellos producen y sacan al mercado todos sus discos. En sus comienzos, TOFOG era lo suficientemente pequeño para que se pudiesen distribuir sus discos fácilmente. Las probabilidades de que alguien en Suecia y Japón quisiera un álbum de una oscura banda de folk-rock australiana no eran… ummm… sobrecogedoras, por así decirlo. La banda hacía giras locales que tenían un éxito razonable. Tenían una pequeña pero sólida base de fans en Australia, tocaban en sus shows, estaban siempre escribiendo nuevas canciones, y, en general, funcionaban bien para ser una banda pequeña. Pero eso había cambiado, justo como todo lo demás, con el lanzamiento de Crowe a una impensable fama mundial. Ahora no sólo era seguro que gente de Suecia y Japón y un número indeterminado de otros lejanos destinos querrían CDs, sino que también se había hecho claro que podrían hacerse exitosas giras más largas.

 

De repente, TOFOG era un fenómeno más grande de lo que cualquiera de sus miembros hubiese imaginado. Y entonces vinieron las compañías de discos.

 

Muchas de las más grandes habían expresado interés en la banda, ahora muda de asombro, y todas obviamente esperando sacar partido del perfil más grande que la vida de su irresistible vocalista. Aunque la banda tenía las mismas preocupaciones sobre el control creativo que normalmente tienen todas las pequeñas formaciones cuando, de repente, se meten en la maquinaria de los grandes productos de la cultura popular, sin embargo, estaban interesados en sacar su música para más gente. Así que los intentos de las compañías por cortejarlos no fueron mal recibidos. Incluso estuvieron cerca –muy cerca- de firmar con uno de los grandes nombres. Pero Crowe había elaborado un test de último minuto sobre la dedicación de la compañía a la propia banda, y la compañía había fallado. Malo.

 

Se habían discutido la mayoría de los términos y ambas partes habían estado de acuerdo en los elementos básicos del contrato. Las plumas estaban prácticamente en la mano y sobre la línea de puntos cuando Crowe mencionó que le gustaría lanzar el próximo álbum, digamos… dos meses después de que se estrenara su siguiente película, para que no se viera metido en toda la locura publicitaria alrededor del film. Por supuesto, la locura publicitaria era exactamente lo que había soñado la compañía. Querían lanzar el álbum junto con la película y no podían creer que Crowe sugiriese otra cosa. No es necesario decir que el matrimonio entre banda y negocio en este caso ni siquiera llegó al altar, y mucho menos florecería durante largo tiempo y con obscuros beneficios. De modo que la banda publicita y distribuye sus propios CDs desde su web Gruntland y a través de un pequeño sello independiente de Estados Unidos. Y deciden cuándo lanzan sus álbumes. Y qué giras harán. Y pueden ponerle a su nuevo disco el maldito nombre que quieran.

 

“Bastard life or Clarity” musita Crowe. “Jesús –soy el doble de bueno de lo que pensaba.”

 

“Cállate y pide más cerveza, Shakespeare.”